2.11.10

Abriendo puertas

Ayer, 1 de noviembre, volví al santuario. Se trata de un lugar moderadamente escarpado en una pared de montaña, no de fácil hallazgo, situado en el prelitoral mediterráneo y frecuentado por humanos al menos ya desde el paleolítico superior, del que los entusiastas pensamos que en su día pudo servir como espacio ceremonial para la celebración de ritos de iniciación y de paso. La imagen rupestre trazada en la pared que forma el abrigo de la roca parece representar un hombre-pájaro en vuelo extático con el alma en transmigración. Un lugar transdimensional.



Tomamos ayahuasca, la justa para conectar. Soplé humito del abuelito tabaquito para protegernos. D. encendió una vela, un poco de incienso y sándalo. Nos recostamos con las mantas en el abrigo de la roca y meditamos. Y recé y lloré y reí. Y nos envolvió una inmensa paz. Cuando el encuentro llegaba a su fin, salimos a la terraza, en la prolongación del abrigo, que se asoma al abismo y desde la que se domina toda la sierra prelitoral, teñida del verde y pardo del otoño, a fumar el último cigarrito mientras nos daban en la cara los tenues rayos de sol que iluminaban la sierra justo antes del ocaso. Y nos sentimos muy felices por la visita. Antes de irnos, me arrodillé, me despedí, volví a llorar, apagué la vela y esparcí en la hojarasca la cera líquida sobrante dejando así impregnada en el lugar sagrado la esencia de la visita. Y le agradecí a D. la compañía.



Y así de bonito terminó el día:



Hasta la próxima, tío Lú!! Nos seguimos encontrando en sitios así;-)

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